viernes, 20 de noviembre de 2015

JEREMÍAS. EL PROFETA.

               A Jeremías lo conocemos: a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el "clásico" Isaías, lo llamaríamos "romántico". Como su rollo (36), Jeremías es "el profeta quemado". Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo y activa y creciente de sus rivales; entre los cuales se cuentan autoridades, profetas, familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. Se enfrenta con el rey y sus consejeros. En su actuación va fracasando paso a paso, hasta desaparecer en tierra ajena. Algunos hablan de "la pasión de Jeremías"; no falta quien considere su destino inspiración de Lam 3 y de Is 53.

            Se nos antoja Jeremías como un anti-Moisés. Ha de escribir su mensaje, y es destruido. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto. Allí deja de pronunciarse el nombre de Yhwh. Pero su libro renace de las cenizas y sobrevive al profeta: con un mensaje de esperanza, de amor renovado, de alianza nueva (31 y 33).

No hay comentarios:

Publicar un comentario