viernes, 20 de noviembre de 2015

JEREMÍAS. CAPÍTULO 26.

RELATOS BIOGRÁFICOS DE JEREMÍAS (Jr 26-45, excepto 30-31 y 33)

Jeremías, juzgado y absuelto (Jr 7,1-15)

261Al comienzo del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
2-Así dice el Señor: Ponte en el atrio del templo y di a todos los vecinos de los pueblos de Judá que vienen al templo a adorar al Señor, todo lo que yo te mando decir; no dejes ni una palabra. 3A ver si se convierte cada uno de su mala conducta y yo puedo arrepentirme del castigo que preparo contra ellos por sus malas acciones. 4Les dirás: Así dice el Señor: Si no me obedecéis, siguiendo la Ley que yo os promulgué, 5y escuchando lo que os dicen mis siervos los profetas, que yo os envío sin cesar, aunque vosotros no escucháis, 6yo trataré este templo como el de Siló, y esta ciudad será fórmula de maldición para todas las naciones.
7Los sacerdotes, los profetas y toda la gente oyeron a Jeremías pronunciar este discurso en el temmplo; 8y cuando terminó de decir todo lo que el Señor le había mandado decir al pueblo, lo prendieron los sacerdotes, los profetas y la gente, diciéndole:
9-Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor diciendo que este templo será como el de Siló y esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?
10La gente se amotinó contra Jeremías en el Templo. Se enteraron de todo los dignatarios de Judá y, subiendo del palacio real al templo, se sentaron en el tribunal de la Puerta Nueva. 11Los sacerdotes y los profetas dijeron a los dignatarios y a la gente:
-Este hombre merece la muerte por haber profetizado contra esta ciudad; vosotros mismos lo habéis oído.
12Contestó Jeremías a los dignatarios y al pueblo:
-El Señor me envió a profetizar todo lo que habéis oído contra este templo y esta ciudad. 13Y ahora enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, obedeced al Señor, vuestro Dios, y el Señor se arrepentirá de las amenazas que ha proferido contra vosotros. 14Yo estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca. 15Pero que conste; si vosotros me matáis, os cargáis con sangre inocente vosotros y la ciudad y sus vecinos. Porque ciertamente me ha enviado el Señor a vosotros a predicaros todo lo que he dicho.
16Los dignatarios y toda la gente dijeron a los sacerdotes y profetas:
-Este hombre no merece la muerte, pues nos ha hablado en nombre del Señor, nuestro Dios.
17Entonces se levantaron algunos diputados y dijeron a toda la asamblea del pueblo:
18-Miqueas de Moraste profetizó durante el reinado de Ezequías, rey de Judá, y dijo a los judíos: Así dice el Señor de los ejércitos:
"Sión será un campo arado,
Jerusalén será una ruina,
el monte del templo un cerro de breñas".
19¿Le dieron muerte Ezequías, rey de Judá, y todo el pueblo? ¿No respetaron al Señor y lo calmaron y el Señor se arrepintió de la amenaza que había proferido contra ellos? Nosotros, en cambio, estamos a punto de cargarnos con un crimen enorme.
20Hubo otro profeta que profetizó en nombre del Señor: Urías, hijo de Semayas, natural de Quiriat Yearim*. Profetizó contra esta ciudad y este país lo mismo que Jeremías. 21El rey Joaquín, con sus guardias y dignatarios, lo oyeron, y el rey intentó matarlo; pero Urías se enteró y, atemorizado, huyó a Egipto. 22Entonces el rey Joaquín despachó a Egipto a Elnatán, hijo de Acbor, con su destacamento. 23Sacaron a Urías de Egipto y se lo llevaron al rey Joaquín, el cual lo hizo ajusticiar y arrojar su cadáver en la sepultura común.
24Entonces Ajicán, hijo de Safín, se hizo cargo de Jeremías para que no lo entregaran a ser ejecutado por el pueblo.

Explicación.

26,1-24 El deseo de reunir en una parte los oráculos y en otras los relatos ha obligado a separar este capítulo del 7, o sea, la historia, del sermón pronunciado. Convendría, pues, leerlos unidos.

El comienzo del reinado de Joaquín es ominoso: incluye la muerte prematura del reformador Josías y la deposición violenta de Joacaz. Los personajes de la escena se reparten en tres grupos: sacerdotes, profetas, profesionales; vemos al pueblo voluble, incitado primero por los sacerdotes, siguiendo después a las autoridades civiles; vemos a éstos actuar con sensatez y justicia. En medio de Jeremías, desvalido, sin más poder que su palabra.

Dos concepciones del templo se enfrentan con violencia. Una sacral, casi talismánica: el templo es sacrosanto, y hablar contra él es blasfemia que merece pena capital (defienden los sacerdotes); además, el templo está apoyado en los contrafuertes de las promesas divinas y sus demostraciones históricas (defienden los profetas). La palabra de Dios garantiza la permanencia del templo. Como una profecía que aparta del Señor no puede ser verdadera (Dt 13,1-6), así una profecía contra el templo no puede ser auténtica. Hay otra concepción, que vincula el templo a las exigencias éticas: de la conducta del pueblo depende la permanencia del templo. Presencia condicionada frente a presencia absoluta.

El esquema desnuda las actitudes profundas, que no se formulan con toda precisión. Los sacerdotes piensan defender la santidad del templo. La legislación del Levítico exigía la santidad del pueblo. Jeremías tiene la osadía de predicar en el templo, y a los sacerdotes no les cuesta amotinar al pueblo congregado en ese templo.

26,1 Año 609.

26,2-3 Desde el principio se afirma la intención salvífica del Señor y la visión auténtica del templo. Como si dijera: al templo se viene a convertirse, no a tapar pecados con ceremonias devotas. jeremías no puede "omitir" ni una palabra (cfr. Dt 4,2; 13,1).

26,4-5 Los profetas actualizan las exigencias de la ley, y así continúan la misión de Moisés (Dt 18,15-17). Si los encargados apelan al precedente de Senaquerib, Jeremías apela al caso de Siló.

26,6 La suerte de la ciudad está vinculada a la del templo.

26,9 La profecía de Jeremías era condicionada. Los rivales suprimen la condición: por malicia o por considerarla inoperante. Consideran agravante que lo haya dicho "en nombre del Señor", arrogándose una autoridad que no posee. Con todo, no pasan a la ejecución in fraganti ni al proceso formal, que parece ser competencia de los magistrados de la corte.

26,11 Se abre un proceso formal, con Jeremías como acusado, sacerdotes y profetas como acusadores, el pueblo como una especie de jurado. La acusación para por alto el templo; ¿o lo incluye tácitamente? El pueblo es llamado a testimoniar la veracidad de la acusación.

26,12-15 El discurso de Jeremías está formulado con admirable concisión. Al principio y al fin el argumento supremo: "el Señor me envió". ¿Cómo lo prueba? -con el testimonio. En posición simétrica dos frases condicionadas, como alternativa. Si se convierten, el Señor no cumplirá la amenaza (el discurso precedente queda puntualizado y remachado). Si lo condenan, incurrirán en nuevo crimen; que no mejorará la situación, pues todos serán reos solidariamente. Tal perspectiva asusta.

En el centro de la frase de Jeremías, toda serenidad y mansedumbre. El que fue enviado con autoridad sobre reyes y pueblos está aquí indefenso pero seguro. En su falta de poder reside su poder gigantesco, ya que en el trato que le dan decidirán los demás su suerte. Paradójica "plaza fuerte" de dominio propio inexpugnable (cfr. Prov 16,32).

26,15 Mt 27,24-25.

26,16 Las palabras del profeta se imponen con extraña fuerza de convicción. Sacerdotes y profetas quedan cogidos entre los jueces y el pueblo.

26,17-18 El veredicto se refuerza con una especie de argumento de Escritura: un oráculo de Miqueas pronunciado durante el reinado de Ezequías (Miq 3,9-12).

26,20-23 Antes del desenlace, alguien ha introducido un episodio del reinado de Joaquín. Asesinato alevoso de un profeta que seguía la línea de Jeremías. Su huida seguía la gran tradición de Elías (1 Re 18-19).

26,20 * = Villasotos.

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