El profeta y el rey (Jr 21,1-7)
371Sedecías, hijo de Josías, sucedió en el trono a Jeconías, hijo de Joaquín, a quien había nombrado rey de Judá Nabucodonosor, rey de Babilonia.
2Ni él ni sus ministros ni los terratenientes escucharon las palabras que dijo el Señor por medio de Jeremías, profeta. 3El rey Sedecías envió a Yehucal, hijo de Selamías, y a Sofonías, hijo de Maasías, sacerdote, para que dijeran al profeta Jeremías: Reza por nosotros al Señor, nuestro Dios. 4Por entonces Jeremías podía moverse libremente entre el pueblo: aún no lo habían metido en la cárcel. 5El ejército del faraón había salido de Egipto, y cuando los caldeos que sitiaban Jerusalén oyeron la noticia, levantaron el cerco de la ciudad.
6Entonces el Señor dirigió la palabra a Jeremías:
7-Así dice el Señor, Dios de Israel: Esto dirás al rey de Judá, que te ha enviado a consultarme. Mira, el ejército del faraón, que ha salido en vuestro auxilio, se volverá a su tierra de Egipto. 8Y los caldeos volverán a atacar esta ciudad, la conquistarán y la incendiarán. 9Así dice el Señor: No os hagáis ilusiones pensando que los caldeos levantarán el cerco, porque no se marcharán. 10Aunque derrotarais al ejército caldeo que os ataca, de manera que no quedasen más que soldados heridos, se levantaría cada uno en su tienda y prenderían fuego a esta ciudad.
11Cuando el ejército caldeo levantó el cerco de Jerusalén, por miedo al ejército egipcio, 12intentó Jeremías salir de Jerusalén hacia el territorio de Benjamín, para repartirse una herencia con los suyos. 13Al llegar a la Puerta de Benjamín estaba allí el capitán de la guardia, Yirayas, hijo de Selamías, hijo de Ananías, quien detuvo al profeta, diciendo:
-¿Con qué te pasas a los caldeos?
14Respondió Jeremías:
-Mentira. No me paso a los caldeos. Pero Yirayas no le creyó, sino que lo detuvo y lo llevó a los dignatarios. 15Los dignatarios se irritaron contra Jeremías, lo hicieron azotar y lo encarcelaron en casa de Jonatán, el escribano -que habían convertido en la cárcel-. 16Así entró Jeremías en el calabozo del sótano, y allí pasó mucho tiempo.
17El rey Sedecías lo hizo traer y le preguntó en secreto en su palacio:
-¿Tienes algún oráculo del Señor?
Respondió Jeremías:
-Sí. Serás entregado en manos del rey de Babilonia.
18Y añadió Jeremías al rey Sedecías:
-¿Qué delito he cometido contra ti o tus ministros o contra este pueblo para que me encierren en la cárcel? 19¿Dónde están vuestros profetas que os profetizaban: "No vendrá contra vosotros el rey de Babilonia ni invadirá el territorio?" 20Pues ahora escúchame, majestad. Acoge mi súplica, no me conduzcas a casa de Jonatán, el escribano, no sea que muera allí.
21Entonces el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia y que le diesen una hogaza de pan al día -de la Calle de Panaderos-, mientras hubiese pan en la ciudad. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.
Explicación.
37,1-21 En este capítulo narrativo se suceden tres escenas: una consulta pública al profeta (1-10); Jeremías encarcelado como presunto desertor (11-16); una consulta personal del rey (17-21). La fecha es durante el asedio (587), siendo rey Sedecías, por la gracia de... Nabucodonosor, y descendiente de David.
37,2 Se alza el telón sobre el acto final. Entran en escena los poderes enfrentados: rey con sus ministros, gente influyente en la capital (pienso que todavía tiene ese significado la expresión "gente de la tierra"), enfrente el profeta, nombrado "sobre pueblos y reyes". El sacerdote entra en el verso siguiente, y un capitán en el v.13.
37,3 "Rezar" equivale aquí a solicitar del Señor una respuesta: una forma no prohibida de intercesión (cfr. 7,16; 11,14; 14,1).
37,4 El "pueblo" es aquí la población media, contrapuesta a los gobernantes.
37,5 El hecho podía ser interpretado como repetición de lo sucedido en tiempos de Ezequías y Senaquerib (Is 37,37). De tejas abajo, la analogía es patente; en visión teológica no hay analogía. La salvación se alcanza por la conversión sincera, no por el auxilio de Egipto (Is 30,1-5; Sal 75,7s).
37,6-10 Quizá el rey esperaba un oráculo prometiendo la protección divina, como el de Isaías a Ezequías (Is 37,33-35). Jeremías se dedica a disipar ilusiones. Cada hecho histórico tiene su contexto y sus condiciones, y no vale la aplicación mecánica de un oráculo a otra situación, como si se tratara de un principio general inmutable.
37,10 Esta condicional irreal conjura una visión terrorífica: un ejército derrotado, de soldados malheridos, que se levantan e incendian la capital. La hipótesis fantástica desmantela la seguridad imaginaria.
37,12 Jeremías intenta dirigirse a su aldea natal para un reparto de tierra con sus paisanos: algo parecido al episodio del cap. 32. Se remonta así a los orígenes del reparto (Jos 13-18), invalidados por la injusticia secular (Is 5,8), invalidados por la injusticia secular (Is 5,8), y realiza un acto de esperanza en el futuro de los suyos.
37,13 La acusación muestra el clima de derrota que cundía en la ciudad. La predicación reiterada del profeta parecía convalidar la acusación.
37,15 "Se irritaron": si es reacción psicológica, puede sugerir que las autoridades aprovecharon la ocasión para silenciar a Jeremías. El verbo puede significar también una sentencia de condena. El cualquier caso, la irritación ocupa el puesto de la investigación y el proceso (cap. 26). La "cárcel": después de haberla experimentado un tiempo, Jeremías la equiparará a una condena a muerte (20).
37,17 Así comienza el juego al escondite del rey, que se nos antoja infantil y senil. Está preso de sus ministros, quiere y no puede, hace pequeños gestos estériles.
37,18-19 La petición de Jeremías equivale a una apelación forense, y su argumento es que lo han condenado sin probarle ningún delito civil. De paso contraataca a los falsos profetas: los sucesos están demostrando quién era profeta auténtico. El rey podría averiguarlo (cfr. Prov 25,2).
37,20 Podrías exigir absolución plena y libertad sin trabas; se contenta con no volver al calabozo mortal. Y lo pide como "gracia": no le pone las cosas demasiado difíciles. Sería para el rey el momento de salvarse in extremis.
37,21 El rey se queda a medio camino: salva la vida del profeta, lo alimenta (cfr. 1 Re 18,4); pero no le concede la libertad ni conquista la propia. La frase "el patio de la guarda" se va a repetir como estribillo.
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