viernes, 1 de enero de 2016

EZEQUIEL. INTRODUCCIÓN. SU VIDA.

             No sabemos cuándo nació. Probablemente su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, su muerte trágica, supo de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo Imperio Babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió de oficiar hasta el momento del destierro. Para él, Jeconías (Yehoyakin) es el verdadero continuador de la dinastía davídica. En el destierro recibe la vocación profética, que lo hace una especie de hermano menor de Jeremías: son los dos intérpretes de la tragedia, en la patria y en el destierro.

           Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera etapa dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente la falsa esperanza; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía: se ha sepultado una esperanza. Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.

          El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, su autor los contempla, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

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