viernes, 1 de enero de 2016

EZEQUIEL. CAPÍTULO 31.

Contra el faraón I (Is 14; Ez 17,22-24; Dn 4)

311El año undécimo, el día uno del mes tercero, me dirigió la palabra el Señor:
2-Hijo de Adán, di al faraón,
rey de Egipto, y a su tropa:
¿A quién te pareces en tu grandeza?
3Fíjate en Asiria, cedro del Líbano,
de magnífica fronda,
tupido y umbroso, de estatura gigante,
cuya cima destaca entre las nubes.
4Lo criaron las lluvias,
las aguas soterrañas lo elevaron:
con sus corrientes rodeaban su tronco
y derivaban sus acequias
al arbolado de la campiña.
5Así se empinó por encima
de los árboles de la campiña;
se hizo tupido su ramaje, dilatada su copa,
gracias a sus canales caudalosos.
6Anidaban en su ramaje las aves del cielo,
parían bajo su copa las fieras salvajes,
a su sombra se cobijaba
muchedumbre de pueblos.
7Era magnífico por su corpulencia,
por la envergadura de sus ramas,
pues hundía su raíz en aguas abundantes.
8Los cedros del parque de los dioses
no lo sobrepasaban,
ni competían con su ramaje los abetos,
ni los plátanos igualaban su copa;
ningún árbol del parque de los dioses
podían competir con su hermosura.
9Lo hice magnífico, tupido de ramas,
lo envidiaban los árboles del paraíso,
del parque de los dioses.
10Pues bien, esto dice el Señor:
Por haber empinado su estatura
y haber erguido su cima hasta las nubes,
y haberse engreído por su altura,
11lo entregué a merced de la nación más poderosa
para que lo tratara según su maldad.
12Lo cortaron los bárbaros más feroces,
lo tiraron por los barrancos:
por las vaguadas fueron cayendo sus ramas;
se fue desgajando su copa
por las torronteras del país,
de su sombra escaparon los pueblos de la tierra,
dejándolo abatido.
13Anidaron en su derribo las aves del cielo
y se guarecieron en su copa
los animales salvajes.
14Para que no empinen su estatura
los árboles bien regados,
y no yergan su cima hasta las nubes
ni confíen en su altura los bien abrevados;
pues todos están destinados a la muerte,
a lo profundo de la tierra,
en medio de los hijos de Adán que bajan a la fosa.
15Esto dice el Señor:
El día que bajó al Abismo vestí de luto el Océano:
detuve sus corrientes,
las aguas caudalosas se estancaron.
Enluté al Líbano por él, por él languideció
el arbolado de la campiña.
16Al estruendo de su caída
hice temblar a las naciones,
cuando lo precipité en el Abismo
con los que bajan a la fosa;
entonces se consolaron en lo profundo de la tierra
los árboles del paraíso,
la gala del Líbano, los bien regados.
17También ellos bajaron al Abismo con él,
con los muertos a espada;
y los que se cobijaban a su sombra
se diseminaron entre las naciones.
18¿Con qué árbol del paraíso
competías en gloria y grandeza?
Fuiste precipitado con los árboles del paraíso
a lo profundo de la tierra:
yaces en medio de incircuncisos,
con los muertos a espada.
Se trata del faraón y de su tropa
-oráculo del Señor-.

Explicación.

31,1-18 Como la exaltación y caída de Tiro se cantaba en la imagen de un navío, así las de Egipto en la imagen de un cedro. Árbol prócer y sobresaliente, ya Isaías lo había puesto en su línea heterogénea de grandezas (Is 2). Pero el presente cedro es el árbol cósmico de las mitologías. Su estatura colosal arranca de lo más profundo, del océano primordial subterráneo (Gn 49,25; Dt 33,13), atraviesa el espacio humano y animal, y alcanza las aguas celestes de las nubes. Su extensión es universal, su anchura acoge a cuanto vive y se mueve. Se encuentra en el centro, en el parque de los dioses, sobresaliendo por encima de los demás y regalando agua a los árboles de fuera. Como árbol cósmico es copudo, frondoso, bellísimo: a su servicio las aguas cósmicas, a su amparo animales y hombres.

A la exaltación física sigue la arrogancia y por ella la caída. A pesar de algunas incoherencias, las tres partes del capítulo componen un texto unitario.

31,1 Es el mes de junio del 587. Todavía algunos judíos esperan que el faraón liberará la capital del asedio. Jeremías en Jerusalén y Ezequien en Babilonia disipan toda ilusión.

31,3 Es extraña la mención de Asiria: algunos corrigen el texto y leen "te comparo".

31,4 Aunque lo llama tehom, este océano subterráneo es el de agua dulce, tendido bajo la tierra firme (Apsu acádico). Cuatro formas de agua indican totalidad, como en Is 35,6s; 41,18; pero sin los nombres de Gn 2,3.

31,6 La terna clásica es aves, fieras y reptiles (Gn 7,14.23; Os 2,20). Al introducir en el tercer puesto a los hombres, se subraya la dimensión universal del árbol cósmico.

31,9 Compárese con la envidia de las montañas de Sal 68,17.

31,10 Sucede una quiebra psicológica: a los verbos acumulados de grandeza y altura responde el engreimiento y exaltación interior (cfr. Os 13,6; Dn 11,12). Ese acto interno transforma lo anterior: la altura se hace altivez, el acogimiento subyugación, la elección privilegios; pero también la envidia de otros se transforma en agresión, y así se prepara la caída.

31,12 Los verdugos trabajan con furia y rapidez. El movimiento vertical ascendente cambia de dirección y empieza el veloz descenso. Los verbos caer y bajar van a dominar el resto del poema.

31,13 Mientras los hombres escapan, aves y fieras todavía se aprovechan de la grandeza caída (cfr. Is 18,6).

31,14 De la imagen volvemos al común destino de los mortales. Como el hombre en el poder llega a creerse una figura sobrehumana, mítica, aureolada de divinidad, la muerte inexorable lo iguala a cualquier mortal. Como en el Sal 82. Se van alejando los contornos de la imagen y pasan a primer plano los rasgos directamente humanos. Ello crea un desequilibrio estilístico.

31,15 Retornan los personajes del comienzo: Océano, corrientes, árboles del Líbano. Luto cósmico por el árbol cósmico precipitado.

31,17-18 Dos versos añadidos, que comentan e interpretan los símbolos, sin lograr una limpia distinción de planos. En el sheol todos se igualan, y se confunden las imágenes vegetales con los seres mortales. En la tradición cristiana el movimiento vertical es contrario: primero bajar, después subir.

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