Opone a la concisión de Isaías el flujo retórico, ama las articulaciones cuaternarias y las enumeraciones detallistas; comparte con Isaías un oído exquisito para los valores sonoros. El texto gana mucho con una buena declamación.
El lenguaje de la esperanza son los símbolos. El futuro imprevisible y esperado se desea y se sueña. Deseo y sueño movilizan la fantasía, la cual compone imágenes nuevas con rasgos asimilados. La fantasía crea y presenta por anticipado. El crear de la fantasía sirve al creer, no sólo como expresión, sino también como descubrimiento. La fantasía dilata la esperanza: su horizonte se mueve y avanza el avanzar el soñador. ¿Significa que es irrealista? Medida su profecía con la repatriación histórica, desde luego. Medida por el cumplimiento en el Mesías, sus versos son los que más se acercan, en símbolos, a la realidad.
El profeta anuncia el futuro, no en forma puntual y circunstanciada, sino con arrebato poético, con imágenes y símbolos gloriosos, con horizonte limitado. Los símbolos acogen la realidad próxima desbordándola; porque apuntan a una realidad superior, suprema: la liberación auténtica que las otras preparan y prefiguran. La profecía de Isaías II es uno de los textos más citados en el NT; el evangelio de Juan, aun sin citarlo, está bajo su influjo.
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